Hice un plano, un templo antiguo visto desde el cielo.
Lo primero es redondo, lo primero es una línea recta.
En cada recta hay otra recta, en cada punto, un punto.Abrigo la insistencia de un lugar ficticio y verdadero.
Construí mi casa en un hacer sagrado, un sedimento blanco nutrido de silencio.
Mi cuerpo aloja voces: pequeñas rectas viven, se desprenden. Abren cuadrados diminutos, suspendidos como estrellas. Titilan en un espacio inmenso: huecos nacidos de una incisión precisa, de mi pulso que tiembla.
Lo callado respira. Escuchar ese sonido: la diagonal que crece hasta saltar el límite. Un estallidosin desorden, otro caos: correr aristas, desplazarse.
Cada plano se proyecta hacia otro plano.
La lona es leve, la madera grávida: el sustento de lo suave, de lo firme. Las hendiduras rectas se suavizan, se desmarcan. Y cada tajo sólido trae ese origen blanco.
Soy el latido de esta oscilación desnuda, despojada.
Restar para volver visible, crecer sacando.
Reuní marcas vibrantes, imperfectas. Hice una rueda, la rueda de la rueda. Voy hacia ese origen: al ficción de lo visible, el modo en que la forma existe ante nosotros. Deshago, sustraigo, la vuelvo nítida para entender de qué está hecha.
Ahora sumo capas, negro sobre negro. Despliego concentrando: la geología alterada de lo hondo. Un estado oscuro que traspaso, la condición del hueco. La operación se vuelve alquimia: pongo vacío y la oscuridad ilumina.
Tengo el ardor de haber mirado. El mundo es un fuego invertido: un viaje hacia los ojos. Lo más grande es lo que falta, la materia de lo que no vemos.
El infinito es cóncavo. La forma no es la forma: es su reverso. La forma es simple: lo complejo es invisible.
La forma es un sobrante, lo adyacente de lo inmenso. Yo sé que existe un centro.
Un espacio que avanza.
Florencia Walfisch